martes, 18 de mayo de 2010

Garicotz

Cuando empezamos a darnos cuenta de que Garicotz existía llevaba casi dos años entre nosotros. Más de dos fueron los años que tardamos Nacho y yo en hacerle ver que quien parecía un amigo no era más que una megapersonalidad sin fondo.

Los amigos tuvimos la constumbre durante varios años de ir a visitar el cambio de la hoja en los bosques caducifolios del Área de los Tres Estados y claro, cuando Garicotz pasó a formar parte de nuestras vidas se vino a celebrar la llegada del invierno.

La cabaña de cázadores que tenía mi familia era simplemente eso, una cabaña de cazadores habilitada para las estancias ludico-festivo-románticas: Chimenea, una habitación con tri-tri-literas (total nueve camas: unos 50cm3 de oxígeno por persona), agua caliente limitada, limitadísima y eso sí, una bodega envidiable y lo más importante, saqueable.





Garicoitz estaba emocionadísimo con el fin de semana y preparó el equipaje justo: dos maletas con todo tipo de mudas, camisas de cuadros, plumiferos de varios colores y un par de zapatillas gazelle de color celeste que se volvieron de un color indeterminado con la primera pisada en el campo.

Bajó del coche y se maravilló del espectáculo del bosque con las miles de tonalidades del otoño y se volvió 180 grados para ver la cabaña. Fue aquí cuando el espectáculo de la caida de la hoja se quedó en nada en comparación con el que montó.

Los ojos del búho real son de chinito en comparación con cómo se quedaron los suyos. Corrió hacia la casa y entró para comprobar si por dentro ofrecía otras esperanzas mientras al exterior nos llegaban grititos sordos y no tan sordos. Por fín salió.

¡Agua potable limitada!, ¡No hay agua caliente!, ¡Sin calefacción!, ¡Vamos a morir todos!, Necesito contárselo a mi madre... nooooooo ¡no hay cobertura!

¡¡JAMAS ME HABÍA ENCONTRADO EN UNA SITUACIÓN TAN PRECARIA!!